Por Emilia Santos Frias
Tal parece que la salud mental de la población dominicana ha sido postergada, pues no se le presta el grado de atención que a las enfermedades físicas; las visibles. Craso error, ¡ay de sus consecuencias! Mantener el cuerpo saludable es una obligación o de lo contrario, no podemos mantener nuestra mente fuerte y clara, decía el sabio Buda, quien creía firmemente en el fin del sufrimiento.
Aquel que goza de salud tiene esperanza y con ella, se tiene todo, dice el proverbio árabe. Son afirmaciones que debemos entender, hoy más que nunca, porque el mundo vive momentos convulsos que han afectado gravemente la salud física y mental de sus pobladores. Pero ante este panorama, la ausencia de políticas públicas y oportuna atención a quien sufre en silencio, es espeluznante. Todo indica que el sistema de salud relega la asistencia a quienes padecen enfermedades mentales.
Los embates del coronavirus no solo agravaron a los enfermos mentales que ya tenía nuestro país, sino, a quienes no padecían trastornos. Diariamente nos hacemos eco de hechos que, por sus embrollos paradójicos, parecen ser cometidos por personas que sufren en silencio y en soledad, y con su proceder causan acontecimientos que llevan incertidumbre a la sociedad, luto y pesadumbre.
La impiedad del sistema dominicano de salud y seguridad social es brutal. No existe cobertura, protección para los fármacos destinados a trastornos mentales, como los del neurodesarrollo; espectro de la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos; bipolaridad, depresión, ansiedad; obsesivo compulsivo y neurodegenerativos, es el caso de Parkinson. Un solo medicamento puede costar más de tres mil pesos y el tratamiento mensual puede rondar los RD$40 mil pesos al mes. Un escenario desolador para quien no posee recursos económicos para solventarlo.
Acudir en busca de abrigo a un centro de salud público o privado es salir con las manos vacías sino se cuenta con una gran cantidad de dinero para zanjar el coste de los servicios y tratamientos. ¡Desamparo total!, a sabiendas de que una vida sin salud es comparable a un río sin agua. Sin dudas, como solía decir el escritor y orador romano Marco Tulio Cicerón, cuando una mente está desordenada, una buena salud es imposible.
La salud, salud mental y seguridad social, son derechos fundamentales consagrados en la Constitución, leyes 42-01, 12-06 y 87-01, sin embargo, la población dominicana no tiene esos derechos humanos garantizados plenamente. Mientras continúa en aumento la cantidad de personas enfermas y los hechos o acciones negativas en las cuales hay evidencias de excesos en la conducta de nuestra gente.
Asimismo, cambios bruscos en el comportamiento y sucesos variopintos ocurridos cada día en la población, revelan crisis en la salud mental e insatisfacción en la atención. Lo curioso es que este hecho es altamente conocido, pero no identificamos las políticas post covid-19 para prevenir y controlar las enfermedades. Acciones en las que debe enfocarse ahora el sistema de salud, para llevar felicidad o bienestar a la población, con lo cual, según el líder espiritual Dalai Lama, se provee a las personas de la más alta forma de salud, es decir, de dicha y bienestar.
Indudablemente, en nuestro país las acciones de prevención y control de enfermedades de salud mental ameritan fortalecimiento ipso facto. Nos preguntamos ¿por qué no se invierte en ella con celeridad, como se hizo con las vacunas para prevenir el coronavirus?
Hasta pronto.
La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.