Escritor Roberto Marcallé narra experiencias con el fenecido Veloz Maggiolo

Por: Brenda Féliz

La República Dominicana se tuvo que despedir el sábado pasado de uno de sus más célebres intelectuales, el escritor Marcio Veloz Maggiolo, quien falleció a los 84 años de edad, víctima de la pandemia del coronavirus.

Desde entonces las lamentaciones de personalidades de distintos ámbitos de la sociedad dominicana, no se han hecho esperar, y es que Maggiolo fue crítico literario, escribió novelas, cuentos , poesías y ensayos. También se destacó en las áreas de arqueología y antropología.

No obstante, otros intelectuales han narrado el contacto que tuvieron con el escritor, como es el caso del embajador dominicano en Nicaragua, el escritor Roberto Marcallé Abreu, quien además externó en su artículo narrativo que los escritores dominicanos deben contar con un mecanismo institucional que les proteja «para que no vivan situaciones degradantes».

MARCIO Y LOS ESCRITORES

Roberto Marcallé

La desaparición física de Marcio Veloz Maggiolo, nos llena de pesar. No diría la verdad si expresara que estaba entre sus próximos o cercanos. Su recuerdo se mantiene vivo en mi memoria tanto por su obra como por contados encuentros que sostuvimos de forma accidental. Uno se pregunta cuántas personas simples o de gran valía nos arrebatarán estos tiempos tan oscuros y desoladores. Porque son muchos.

Meses atrás, recibí varias llamadas que se registraban como provenientes del teléfono de Maggiolo. Nadie hablaba. Procedía a devolver la llamada, levantaban el auricular y permanecían en silencio. El hecho se produjo de forma reiterada. Preocupado por las implicaciones, solicité a un poeta amigo que tratara de localizar al escritor y le cuestionara. Solo me respondió, tras haberlo visto, que “no parecía estar muy saludable”.

Algunos meses atrás le llamé y su esposa Norma, que aún vivía, fue quien tomó el teléfono. Mi propósito era darle el pésame por la muerte trágica de uno de sus hijos. La dama tomó el mensaje y me dio las gracias. No lo puso al teléfono.

En otra ocasión fui invitado a un evento que tendría lugar en uno de los salones del Teatro Nacional. Los ascensores estaban dañados. Al subir las escaleras encontré a Marcio recostado de una pared, a unos seis o siete peldaños de la entrada al salón de actos. Estaba aferrado a un bastón. Lo saludé, pero, por respeto y carecer de la debida confianza, no me atreví a ofrecerle mi brazo.

Dos años atrás, nos encontramos en un conversatorio con el escritor Mario Vargas Llosa en la Fundación Global. Él se apoyaba en un pequeño muro situado en la parte exterior del edificio. Me dijo que, ya concluido el evento, sostendría un diálogo con el doctor Fernández. Me habló, entonces, de mi última novela de esos entonces (era el año 2014), “La manipulación de los espejos”.

“Solo por esa novela deberían darte el Premio Nacional de Literatura”, fueron sus palabras. Me adelantó que pensaba escribir un artículo sobre sus impresiones e implicaciones. Presumo que no lo hizo por sus crecientes problemas de salud. Me lució sumamente cansado. Pero se expresaba de manera absolutamente normal.

Creo que una de las razones por las que la novela pareció complacerle era porque de alguna forma utilizaba escenarios de barrios colindantes con Villa Francisca, donde él creó todo un universo de situaciones, escenarios y personajes.

En el capítulo 23 de “La manipulación”, por ejemplo, se describe a San Carlos como un barrio de calles angostas y “casas amuralladas inverosímiles, aunque amables y acogedoras”.

“El predominio del azul del cielo en sus fachadas de madera de pino a veces y de hormigón casi siempre. Los pequeños balcones atestados de rosas, amables ornamentos del ambiente, discretamente vertidos hacia aceras muy pulcras”. Buenaventura Terrero, un comunicador, al visitar el lugar vive una extraordinaria experiencia de la que solo podemos citar contadas palabras: “Caminó sin prisa. Al llegar a la próxima cuadra, vislumbró niños que se solazaban en un ámbito de arbustos y sombras. Corría una brisa nerviosa que se escurría por los espacios angostos. Se preguntó, entonces, dónde se encontraba. Claro, conocía el barrio desde niño.

No obstante, estaba consciente de su extrañeza. Algo, en esencia, no armonizaba con sus recuerdos.“Junto a su madre había visitado muchas veces su iglesia, una estructura clásica de color blanco cuyo perfil en ascenso se orientaba al infinito. Había sido edificada en la parte más alta de un parque cuyo piso estaba conformado por adoquines color barro que circundaban multicolores algarrobos y formidables javillas y asientos de metal, dispersas y abundantes farolas coloniales y una fuente de aguas transparentes en torno a la cual personas ancianas contemplaban la vida transcurrir, conversando, fumando, jugando baraja y dominó”.

“Recordó que un amigo, cuyo nombre ahora se le escapaba, le había susurrado al oído un extraño secreto: el barrio (le había expresado con recogimiento y hasta cierto vago temor) era un lugar conocido por pocos. Si quieres alcanzar su corazón, tocar su alma, debes penetrar a sus calles sin impacientarte, provisto de una paz inconmovible. Cuando menos lo aguardes, el secreto te será revelado. En cualquier recodo, la magia acudirá a tu encuentro. Bajo un árbol. Al doblar una esquina. Un espejismo que se apoderará de ti en un respiro”.

Desde hace mucho vengo abogando por la creación de un mecanismo oficial que proteja a nuestros escritores. He manifestado expresamente que, por ejemplo, quienes han obtenido el Premio Nacional de Literatura deben contar con un respaldo que les permita seguir produciendo en condiciones honorables para protegerlos de situaciones degradantes.

He expuesto esta idea a numerosos galardonados que han manifestado su acuerdo. En una ocasión, envié una misiva a un ex presidente que, incluso, se rehusó a recibirla. Esperemos, porque desconocemos todos los detalles, que los últimos años de vida de Marcio Veloz Maggiolo hayan sido apacibles y satisfactorios, a diferencia de muchos hombres de letras que han fallecido de forma sumamente amarga y dolorosa.