Borrachos, muy borrachos, unos relatos con cierto sentido teatral

La puesta en escena de Relatos borrachos continúa en la Sala Ravelo del Teatro Nacional, con las actuaciones de Beba Rojas, Juan Carlos Pichardo y María Angélica Ureña.

Relatos borrachos recuerda en su título a Relatos salvajes, aquella película bizarra del argentino Damian Szafron que estremeció el Festival de Cannes en el 2014, y logró una de las más largas ovaciones ofrecidas por la prensa.

La película -escrita originalmente para que fuese una serie de televisión, la cual no pudo ser porque Szafron fue despedido del canal donde trabajaba-, y la obra de teatro, parecen tener el mismo origen.

La estructura de la dramaturgia está conformada como esos programas televisivos que se pasan todavía, en los que además de los sucesos dramatizados se incluyen al final reflexiones sobre lo visto.

En el caso de Relatos borrachos, su autor Enrique Salas se decidió a abordar el tema al tener contacto directo con el alcoholismo y la pérdida de su padre alcohólico. De hecho, el último de los relatos parece estar inspirado demasiado directamente en su experiencia personal.

La comedia parte de la premisa de que el alcoholismo es una enfermedad. Y que tras sobreponerse a ella, se vive un día a la vez.

Por la escena de Relatos borrachos desfilan personajes abigarrados o simples, complejos y frustrados, todos o casi todos tocados por la desgracia del alcohol, que comienza siendo un traguito social o para celebrar y termina siendo un trastorno social que padecen más de 400 millones de personas en el mundo, lo que significa el 7% de la población mundial mayor de 15 años.

La puesta en escena de Ramón Santana no llega a la excelencia debido a la estructura de la propia obra teatral, donde probablemente sobren las “charlas motivacionales” o “reflexiones”, después de cada cuadro dramático planteado.

Ese mensaje de concientización implícito es deudor de cierta zona del teatro del realismo socialista, y a su vez de determinado tipo de teatro medieval. Probablemente, la sola presentación de las historias -cada una más dramática que la anterior, en medio del tono de comedia, a partir del desenvolvimiento de los personajes que de las situaciones-, baste para hacer llegar el mensaje que pretende.

Lo mejor de Relatos borrachos son las actuaciones. Aunque no es una obra que demande grandes esfuerzos de desenvolvimiento actoral, se aplauden los performances de Beba Rojas, especialmente en la Arrecha y la Soledad. Y también en la catarsis del cuadro final.

De Juan Carlos Pichardo, sobre todo cuando sale desde el público y en medio de esa borrachera se permite incluir accidentales como la referencia al parqueo de Acrópolis y su arquitecto. Es indiscutible que su arsenal de posibilidades es mayor por las riquezas de los personajes.

Y de Maria Angélica Ureña, especialmente en el papel de la joven sufrida, insertada en la espiral de violencia junto al hombre que ama, primero. Y sobre todo en el dramático final de la joven que se gradúa en la universidad.

La escenografía es fresca y hay elementos que entran y salen con naturalidad, traídos o llevados por los mismos actores. La iluminación es eficiente, así como los efectos y el sonido.

Relatos borrachos divierte y enseña. Pone a pensar y entretiene. Vamos, no es la comedia del año, pero se pasa bien. Recomendable.

Una comedia sobre el alcoholismo

Obra: Relatos borrachos
Autor: Enrique Salas
Actuaciones: Beba Rojas, Juan Carlos Pichardo, Beba Rojas, María Angélica Ureña
Dirección: Ramón Santana
Producción: Madeleyn Velásquez
Hora: 8:30 pm (Dom. 8:30 pm)
Fecha: 13, 14 y 15 de septiembre
Lugar: Sala Ravelo, Teatro Nacional
Boletas: Uepa Tickets RD$2,070

 

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