El futuro de las profesiones ya es pasado

Por el licenciado Jaime Sanabria (ECIJA-SBGB)

El reputado escritor de ciencia ficción Arthur C. Clark postulaba, en su tercera ley, que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. 

Y aunque el empuje de lo tecnológico es progresivo y no parece ya causar sorpresa porque se reproduce y crece día a día, si remontamos la mirada diez, tan solo cinco años atrás, algunos de los avances tecnológicos que medran hoy como cotidianos, nos hubiesen parecido ciencia ficción hace tan solo esa década, ese lustro.

En la columna sobre “Los tiempos siguen cambiando”, publicada por esta página hace unas semanas, hablaba sobre las primeras manifestaciones de los NFT (tokens no fungibles) aparecidos tan solo cuatro años atrás, en 2017. Los NFT pueden usarse en cualquier mercado o sector que permita el intercambio o la transmisión de bienes (de cualquier tipología) que estén asociados a un activo digital.

 Ese activo puede ser desde una imagen digital, un personaje de un vídeojuego, una canción o una dirección electrónica.

Con dicho párrafo, glosaba la naturaleza de un activo que ha irrumpido con pujanza en los escenarios inversionistas de organizaciones, colectivos y particulares sin que (casi) nadie hubiese pronosticado su aparición, ni menos su capacidad para penetrar en una realidad económica sostenida, paradójicamente, sobre la virtualidad.

Esta consolidación de una línea “de negocio” insospechada, ha activado un epicentro profesional en el que convergen numerosos especialistas que han desarrollado un perfil insólito del trabajador surgido de la prestidigitación de los tiempos.

 Sin duda, el concepto del NFT le parecería magia a cualquiera de nuestros ancestros, o brujería, o, incluso, una poción para alterar la percepción del mundo, de un mundo de las cosas que cada vez son menos materia y más abstracción, menos sólidas y más gaseosas, menos cosas pues y más ideas.

 Un mundo de nuestro presente que mantiene vigente, casi 2,400 años más tarde de su formulación, el mito de la caverna que Platón construyera valiéndose de una imaginación tridimensional muy avanzada a su época.

Algunos analistas del futuro laboral establecieron hace algunos años, que una de las profesiones más necesitadas sería la del creador de avatares para vídeojuegos, y aunque también los vídeojuegos han evolucionado hasta casi lo inimaginable gracias a esa magia tecnológica, ya no parece una profesión de futuro, sino de presente, quizá de pasado en algunos segmentos de esta industria que, en un futuro inmediato, derivará hacia lo holográfico con la nutrición añadida de la inteligencia artificial (AI).

También las criptomonedas, cuya antigüedad data de apenas una década, han arrojado un aluvión inversionista que se cuantifica en $billones, con la consiguiente eclosión de puestos de trabajo relacionados con construcción de plataformas digitales inversionistas, con la tecnología blockchain.

 Con el derecho regulador de estas actividades, con el marketing evolutivo y con tantas otras ramas complementarias a la tecnología unificadas mayoritariamente por la informática, por las matemáticas y lo cuántico, entrelazado todo por las cuatro fuerzas que rigen los destinos de la materia visible, (los mecanismos de la materia oscura son todavía incognoscibles).

Hasta se ha reinventado para adecuarla al presente, la profesión de minero, porque algunas criptos requieren de un sistema de minado para el afloramiento de esa cuota de unidades monetarias virtuales, que permanece oculta y que necesita de unas cantidades ingentes de energía y de información para extraerla; todo un subsuelo inextricable, si no se profundiza lo suficiente en su conocimiento.

Pero, incluso, las criptomonedas comienzan a perder empuje ante el advenimiento de los metaversos, que no son sino universos (comunidades) virtuales, obviamente ilusorios en lo tangible, pero con economías propias que admiten acciones que simulan ser trabajos, una (cripto)moneda también propia, activos digitales, avatares y numerosas oportunidades de monetización. 

Y aunque la idea no es nueva porque Second Life ya aspiraba a algo parecido, la tecnología blockchain ha permitido no solo su evolución estructural, sino que ha multiplicado por infinito las posibilidades inversionistas del ciudadano familiarizado con este entorno tecnológico. 

Pero, en el metaverso, en donde ya se han celebrado conciertos y hasta mítines políticos, se habla de la creación de profesiones tales como guías virtuales, cuidadores de mascotas digitales y hasta vendedores de atuendos y modistas para avatars.

El abanico de posibilidades es no solo inabarcable, sino impredecible, si hasta hace poco resultaba imposible adquirir una parcela en la Luna más allá de aspiraciones románticas, ahora resulta del todo factible hacerlo en el metaverso Luna4 (el nombre es una invención) en el que convergen la parcelación, una criptomoneda, un propietario y unos inversores que aspiran a obtener dividendos, gracias a la especulación de territorios y edificaciones que solo existen en el constructo de sus diseñadores y en el pacto de ficción que estos establecen con los compradores, como en el cine.

A la vista de la velocidad de arrumbamiento de no pocas profesiones tradicionales y la eclosión de no pocas también novedosas, súbitas, impensables, en lo que sí suelen ponerse de acuerdo los estudiosos de tendencias laborales, es en que la mitad de las profesiones de dentro de diez años están todavía por diseñar, siquiera en su propia imaginación. 

Diez años son equivalentes a un eón en lo concerniente a evolución laboral y pocos se atreven a pronosticar el rumbo de determinadas corrientes tecnológicas a riesgo de caer en el ridículo, cuando la voracidad del progreso haga palidecer las predicciones, incluso las más aventuradas.

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Fruto de esa celeridad evolutiva, de esa sobredosis exponencial de desarrollo que nos envuelve, conviene que las organizaciones, tanto públicas como privadas, se doten de recursos humanos y tecnológicos, ya no para anticiparse al cambio (lo idóneo), sino para que los avances de cada día no las cojan desprevenidas.

 Rodearse de trabajadores con un perfil tecnológico elevado es una garantía no solo de supervivencia, sino de pujanza para afrontar las transformaciones y adecuarlas al modelo productivo de cada empresa a fin de obtener una plusvalía de rentabilidad.

Y es que quizá, más que en ninguna otra época, el futuro inmediato es casi el pasado y las visiones estratégicas cortoplacistas corren el riesgo de convertirse en paleolíticas en pocos años, si no adecúan el paso de las organizaciones que las adoptan con esos mínimos al de los tiempos.

Y si a eso le sumamos que los pioneros suelen obtener los mayores beneficios, quienes se rodeen de la precisión glacial de los algoritmos, de la gélida calidez de la inteligencia artificial, de la fría infalibilidad del Big Data, por su capacidad para transmutar en tendencia los comportamientos individuales de los consumidores de… lo que sea, apostar por esa elasticidad tecnológica representa un salvoconducto para llegar primero y por tanto, llegar dos veces.

Sin querer erigirse ECIJA SBGB –el bufete de abogados que acoge mis evoluciones profesionales– en paradigma de idoneidad, sí me permito aportar que, desde un primer estadio constitutivo, tuvimos claro que la aleación entre tecnología, flexibilidad y humanidad representaba el camino más apropiado no solo para obtener rentabilidad, sino para devolver a la sociedad lo que la sociedad nos requiriese. 

Cuatro años largos, dos huracanes y una pandemia después de su creación, nos reiteramos en lo acertado de aquella triada.

En consecuencia, y por esa misma condición de profesional del Derecho con especialización en lo laboral, soy de la opinión de que los puertorriqueños debemos someternos a un régimen para perder algunas libras del lastre burocrático, que propicia que las leyes circulen a una velocidad muy inferior a la del progreso.

En no pocas ocasiones, cuando se legisla sobre un determinado aspecto novedoso de cualquier segmento del progreso, se llega tarde para suturar las múltiples lagunas hemorrágicas derivadas de las múltiples interpretaciones.

 Conviene pues, al igual que apelábamos a la flexibilidad de las empresas para acomodarse a los tiempos, exigirle a todos los estamentos del mundo jurídico, desde las legislaturas y judicaturas, pasando por los abogados, los bufetes, los políticos, entre otros, una adquisición de agilidad resolutiva para no perderle el paso a la tecnología y a los nuevos universos que de ella surgen.

Puerto Rico, por su naturaleza singular de territorio adosado a los Estados Unidos, pero sin formar parte de su núcleo, necesita una transformación, una modernización de sus tejidos productivos, legislativos, tecnológicos e inversores.

 Disponemos de una exclusividad geográfica y de esa dualidad entre el nosotros (los puertorriqueños) y ellos (los estadounidenses del continente) para atraer talento, capital y futuro, pero la suerte jamás aparece si no se cuidan constantemente los detalles, todos, porque cualquier coyuntura favorable fruto del azar, solo del azar, está condenada a extinguirse y a perdurar sus cenizas cien años sobre la tierra, parafraseando a Gabo.

El autor es puertorriqueño experto en temas laborales.