Por: Raúl Antonio Mejía Santos, profesor y abogado
El atentado contra el expresidente Donald Trump, a la sazón candidato favorito para alzarse con la victoria electoral en el próximo sorteo presidencial del mes de noviembre de 2024, plantea un escenario muy común en la historia de Estados Unidos.
Los episodios violentos en el marco político son frecuentes, tan cierto es que lo ocurrido el pasado 13 de julio en Pensilvania, marca un patrón dentro de ciclos de inestabilidad sectorial, social y política que se repiten históricamente en ese país.
El asesinato como instrumento de cambio, ocurre con frecuencia en los países que experimentan profundas divisiones de toda índole, cuando los medios institucionales fracasan o no son suficientes para atajar un sector favorecido por la simpatía de la mayoría, o son incapaces de plantear propuestas y soluciones viables, dentro del marco del diálogo y la razón.
Los dominicanos lo experimentamos con el asesinato de Rafael Leónidas Trujillo Molina en 1961, a manos de un grupo de colaboradores suyos, hastiados por los excesos del sátrapa, o simplemente porque el tirano en algún momento no les favoreció.
Todos figuraban como miembros del régimen que tuvieron algún agravio con el gobierno del Jefe.
En Estados Unidos, el primer magnicidio político ocurrió el 12 de julio de 1804, con el asesinato de Alexander Hamilton, a manos de Aaron Burr, quien fuera vicepresidente en aquel momento.
Hamilton no era mandatario, pero fungía como líder absoluto del partido federalista y tenía su propio proyecto político con aspiraciones presidenciales.
Aunque aquello fue un duelo entre rivales políticos, Alexander Hamilton, murió por herida de bala y con él cayó la hegemonía política de los federalistas.
La muerte del presidente Abraham Lincoln, se produjo al cierre de la guerra civil en abril de 1865.
Aquél titán de la historia fue muerto por un actor de reparto, John Wilkes Booth, quien simpatizaba con la confederación sureña.
Al darse la rendición del Ejército de Virginia, comandado por el afamado General Lee el 9 de abril de 1865, Booth formó un plan conspirativo para decapitar el gobierno en Washington DC, con atentados simultáneos contra el presidente Lincoln, el vicepresidente Andrew Johnson y el secretario de estado William Seward.
Lincoln murió la mañana siguiente de una herida de bala en la cabeza.
James Garfield, el vigésimo presidente norteamericano, también murió de un disparo el 2 de julio de 1881.
El asesino, Charles Guiteau, quien sufría de una aguda condición de salud mental, mantuvo vigilado al primer mandatario varios días y asestó un disparo en el pecho cuando el presidente James Garfield, abordaba un tren con motivo de una actividad política fuera de la ciudad.
Al cabo de un juicio expedito el magnicida fue ejecutado en 1882.
El presidente expansionista William Mckenley, quien impulsó la guerra contra España de 1898, logrando adquirir las últimas posesiones de ultramar del país ibericio entre ellas Puerto Rico y Cuba, sufrió un atentado que le provocó la muerte el 14 de septiembre de 1901. De origen polaco, Leon Czolgosz, le propinó dos disparos en el abdomen porque entendió que asesinar al presidente provocaría un estado de anarquía total irreversible.
Se equivocó, la transición contemplada en la Constitución de 1787 entró en efecto y Theodor Roosevelt, un acaudalado neoyorquino y veterano de guerra, asumió la presidencia.
Por último, no menos importante, el presidente John F. Kennedy fue asesinado por Lee Oswold, el 23 de noviembre de 1963 dentro del marco de la Guerra Fría con la Unión Soviética y los países satélites del mundo socialista.
Justo a su muerte, Kennedy buscaba estrategias para mantener un diálogo efectivo con el bloque sovietico y evitar una confrontación armada que pudiese desencadenar un holocausto nuclear.
La Crisis de Misiles Cubana de 1962, cuando la Unión Soviética intentó instalar misiles con capacidad nuclear de corto alcance a escasas millas de Florida, hizo que John F Kennedy y su entorno, buscaran pacificar las relaciones con sus adversarios, sin embargo, el asesinato de Kennedy en la ciudad de Dallas, Texas, desencadenó la fraticida Guerra de Vietnam.
El autor, es abogado graduado en Puerto Rico.